viernes, 3 de agosto de 2018

Binomios / Palimpsestos apócrifos


Soy británico de nacimiento, y mi familia es una de las más ricas de Inglaterra. Durante muchos años mis antepasados habían sido dueños de plantaciones azucareras en América, después mi padre desempeñó con pericia -y oscura mano- diversos cargos donde el tesoro de la nación transitaba en abundancia. Todos los que lo conocieron respetaban su dedicación e infatigable amor por el dinero. Se dedicó por completo a los asuntos del país, y sólo al final de su vida pensó en mí, e insistió en que ocupara el cargo de Ministro del Tesoro, y de paso, de la fortuna familiar, perpetuando su nombre, el mismo con el que me ungió: James Moriarty.

La oferta no me interesó en lo más mínimo, y murió ignorando que en los últimos años había utilizado mi habilidad matemática para desviar dinero de las plantaciones azucareras, con tan buen resultado, que pronto tuve una fortuna en oro, dedicándome a lo que de verdad me gustaba: las matemáticas, la dinámica de los asteroides, y el crimen.

Considero importante hacer la distinción entre Malvado y Maldito. Por ejemplo, yo soy malvado; ¡maldito, Sansón Carrasco! Gracias a mi erudición en Binomios, lo hice parte medular de una carambola trigonométrica soberbia, siendo Sansón la mano ejecutora en dos asuntos que me ponían de mal humor, a los que decidí llamar: “El caballero de los Espejos” y “El caballero de la Blanca Luna”.

El maldito de Sansón Carrasco ejecutó el primer asunto a la perfección, eliminando a un francesito de poca monta: Auguste Dupin, quien se burló cuantas veces pudo del alias que la prensa nacional e internacional me había otorgado en sus primeras planas: James Moriarty, “Napoleón del crimen”.

El segundo tema fue desaparecer al infame de Antonio Salieri, por acabar éste con el genio musical más grande que la humanidad haya conocido; y además, porque nosotros los genios no debemos morir, ¡nunca!. Sansón, malévolo, le reventó el cerebro con una selecta carga de cloruro sódico.

Lo del mensaje escrito en el pecho de Salieri: “Cortesía del Mozart del crímen”, que tanta indignación provocara entre la crema y nata vienesa, fue una coquetería de Sansón, no mía; yo no acostumbro.

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