Recorre
con dificultad el camino sinuoso, avanza tan rápido como le permite la lluvia y
la fuerza de sus manos encallecidas. “Aunque tenga que comprar llantas nuevas”, piensa Claudio, mientras la noche deja escapar el viento gélido que le hace
temblar de frío y de rabia.
Ve
luz en aquella vivienda antes deshabitada. ¡Ahí
está el cabrón!, dice, mientras comprueba que el arma sigue ceñida a su
cintura. Avanza. Recuerda aquella Noche Buena, camino a casa; las risas, los
abrazos, los amigos… el cruzar la calle, el fuerte sonido y el profundo dolor
que lo elevaba por los aires; la caída seca contra el pavimento, el color azul
de la Ford 91, gritos, voces… luego silencio y oscuridad.
Avanza
dispuesto a todo, alumbrado por los esporádicos relámpagos que revelan la
corriente de agua desbordada de las alcantarillas. Acelera su marcha, cada vez
más rápido, más rápido, hasta que un bache voltea la silla mandándolo de bruces
contra el suelo. Intenta incorporarse de inmediato, la silla ha caído lejos de su contrahecho cuerpo. Se arrastra trabajosamente sobre el fango; en ese
momento viene a su memoria aquel grito de gol que hizo enloquecer a la afición. El Real Obreros había ganado el campeonato, él levantado en hombros, él
admirado por toda la afición, él sonriente y sudoroso, él…
...arrastrándose ahora
por aquella agua pestilente, con las piernas huérfanas de la gloria. Claudio
siente cómo las lágrimas recorren sus mejillas. ¡Los hombres no lloran!, se grita, burlón, saboreando el líquido ferroso
que se asoma entre sus labios. Alcanza la silla, la levanta, se acomoda con
mucho esfuerzo, respira un momento y sigue su marcha. Treinta metros más y
estará frente a la puerta. Avanza con precaución, su respiración se torna agitada,
un ligero temblor transfigura su rostro moreno. Ha llegado.
Antes de llamar a
la puerta se acaricia el costado para sentir la pistola y no la encuentra. Se busca
entre las bolsas del pantalón de mezclilla, pero ya no hay arma. ¡Maldición! ¡Puta maldición! Frente a
la puerta duda, trata de mirar hacia el lugar de la caída, sabe que no
aparecerá ante tal oscuridad. Frente a la puerta llora de rabia, ¿Quién está ahí?, se escucha una voz chillona
y alcoholizada. Claudio se limpia las lágrimas, aprieta los puños con fuerza unos
instantes y después golpea con firmeza la puerta; se escuchan murmullos, pasos
que se acercan, trastabillantes; la puerta se mueve torpemente… y se abre.
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*Texto del maestro Jesús Sánchez Meza, quien también escribe porque le da la gana, y se le dio la gana cerrar esta serie de palimpsestos apócrifos, que entrarán en período de hibernación para facilitar las intervenciones quirúgicas que se avecinan.
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