jueves, 2 de agosto de 2018

FalsOz / Palimpsestos apócrifos


— ¿El concurso está arreglado, Dorothy? ¿Fraude?

Estaban tras bambalinas, a quince minutos del certamen donde Margot arrasara a las mujeres más cotizadas del país, mucho antes de que las lámparas lanzaran los rayos de luz a diestra y siniestra -al ritmo de la música -, sobre el escenario del drama. El drama era de Margot. Coronación meteórica que no creyó nadie entre los miles de asistentes, y los millones al otro lado de las pantallas en esa noche del fin de una época: del fin contundente de una belleza equivocada del Imperio de los Esperpentos.

Llamarse Margot era llamarse multitud. Llamarse Margarita era lo contrario, era la dura sombra. La decisión de saltar fue influenciada por el tenebroso Mago de Oz, a quien conoció cuando era voluntaria de un asilo. Halló al brujo disfrazado de anciano, desaliñado, con overol y camisa a cuadros, igual a un espantapájaros. Ella simulaba rasurar el rostro imberbe del viejo apócrifo, ignorando que la fría navaja y el olor a caramelo encendía la sangre y azuzaba pensamientos impuros en Oz.

El disfraz de hojalata parecía un exceso, pero a ella le divertía. ¿De dónde saca éste viejo un traje así? Se preguntó. Tampoco era algo que le importara mucho. Embarró de espuma el pecho de hojalata y deslizó la navaja contra el metal, para deleite del caprichoso viejo.

De león fue distinto, porque el disfraz era una calamidad. Esta vez no hubo afeite sino trote. Trote de Margarita, porque el remedo de fiera se quedó sentado, mirando. En la enésima vuelta le pidió a Margariot tomara aire. Ella respiraba, agitada, mientras el Magoleón se deleitaba viendo cómo se le ensanchaban las fosas nasales. Oz imaginó que los agujeros se expandían más allá de lo prudente, tanto, que se vio penetrando en uno de los hoyos, donde se colocó en posición fetal, al borde del llanto. 

Fue cuestión de encantamiento para que la sombra de Margarita se transfigurara Margariot hasta Margot, la multitudinaria, la triunfadora en el certamen mundial de belleza. A esas alturas el fraude era igual de diáfano que el arcoíris. Le hacía falta lo elemental: cerebro, plasticidad, valor y corazón; monedas que Margot de Oz gastara tiempo atrás.

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