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Y entonces, iracundos, seres oscuros me despojaron, me arrebataron lo que había
reunido con tanto esmero: la gramática de la fantasía, que es el nutrimento de
la palabra. Desde aquel día arde y se consume a fuego manso con el leño del
fogón, bajo la severa custodia de Los Correctos. Sube el viento en el humo y se
deshace. Queda la ceniza sin rostro. Para que puedas venir tú y el que es menor
que tú y les baste un soplo, solamente un soplo…
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No me cuentes eso, Fabulino.
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¿Acaso hablaba contigo, títere? ¿Acaso se habla con los desalmados muñecos de
madera?
Fabulino
corrió a consultarle a los Arúspices, quienes abrieron en canal a un cordero.
El indefenso animal, ante el sacrifico, se fue sacudiendo cada vez menos, igual
que sus lastimeros balidos. Uno de los hechiceros se asomó entre las vísceras aún
calientes, hurgando, buscando el futuro tan ansiado por el dios a quien fuera
otorgado el don de enseñar a hablar a los niños.
Luego
del concilio, los adivinos regresaron con Fabulino para contarle lo que las vísceras
habían revelado. El dios caído en desgracia pidió le fuera revelada la verdad,
por amarga que ésta fuera. “Ludere”, dijeron al unísono los brujos, luego se
alejaron como se alejan las hojas secas sobre el viento. Fabulino caviló, pensó,
meditó, reflexionó, hasta convencerse de que la tristeza y el rencor le habían
cegado el corazón.
El
homúnculo de madera, hilo y pintura, se postró frente a Fabulino, quien al
verlo tuvo el broche preciso para las ideas que le revoloteaban de nuevo en la
sesera. Arrebataría a Los Correctos las cenizas con las que
comenzaría de nuevo a enseñar la palabra a los niños. Miró al títere, quien
entendió la necesaria circunstancia de inmolarse.
Pieza
por pieza fue desmembrado el valiente homúnculo, ofrecido cual Caballo de Troya
frente a la feroz custodia de Los Correctos, quienes sólo vieron leña para la
hoguera. Fue así, y no de otra manera, que Fabulino recuperó la preciada gracia
de enseñar la palabra verdadera a los niños, no para que fueran Correctos, sino
para nunca más fueran esclavos.
Ha abolido la pena el sacrificio
ResponderBorrar¡Siiiii!
ResponderBorrarBella, pero bella
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