José Arcadio Buendía escribe entre guiones el número 666 en la hoja de word
que acaba de abrir en la MacBook Pro, y se vuelve hacia la izquierda para leer Apocalipsis,
6:6: Y oí una voz de en medio de los
cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis
libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino. “¿Y
qué puedo sacar de esto?”, se pregunta. En ese instante un grito lo aparta de la
lectura: ¡Arriba las manos!
Desde antes una gitana se lo había advertido: “Todo
esplendor tiene su decadencia”. Pero a José Arcadio no le importó gran cosa, el
negocio del pastoreo iba mejor de lo esperado, tenía casas, autos, mujeres y
dinero, mucho dinero, gracias al temor de Dios.
Comenzó tocando la guitarra en un templo hecho de madera y láminas de reúso,
a cambio de comida y techo. Era un lugar igual al resto de casas que lo
rodeaban, llena de miseria, pero con una fe a prueba del demonio y sus conjuros
malignos. Observó cada parte de la rutina montada por el viejo pastor recién
llegado, memorizando el guion que lo encumbraría. El viejo pastor moriría de
infarto cerebral y José, decidido a suplirlo, dijo que el mismísimo dios se lo
había pedido en un sueño epifánico.
De a poco el templo cambió la madera y el cartón por paredes y losa de
concreto, baldosas y mosaicos importados, e interiores dignos de un palacio. Y
las prédicas también: “¿Se atreverían a robarle a dios?”, vociferaba José
Arcadio a los asistentes, que de unos cuantos pasaron a ser cientos. “Amados
míos, ¿osarían abandonar a su pastor, sabiendo que él también tiene necesidades?”
La maquinita de contar dinero timbraba cada minuto con el diezmo de los fieles,
que pronto serían miles, millones a través de los canales de radio y televisión
que estaba por estrenar. “¡Oh, hermanos míos! ¡Por fin el mundo verá y
escuchará a dios! ¡Seremos la nueva Tierra Santa!”. Los devotos aplaudían y
gritaban, crédulos.
José Arcadio Buendía se levanta, impulsado por el miedo. Con golpes
precisos comienza el infarto cerebral del exitoso pastor a manos del nuevo predestinado,
un joven ayudante del templo, ungido en epifánico sueño por el mismísimo dios, para guiar a
sus ovejas en el nuevo esplendor que se avecina.
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