Señor Mago, las cosas que habrá visto en el escenario y aquí en la plaza...
Usted es mayor, es hombre. Le será fácil entenderme. No sabe cuánto me apena atrasarlo
con mis problemas, pero ¿a quién si no a usted puedo confiarme? De verdad no sé
cómo empezar. ¿Es pecado poseer lo que otros apenas sueñan, o imaginan? Todos deseamos
alguna vez cosas que en apariencia son imposibles ¿no es cierto? Fíjese usted
cuando alguien cumple su deseo. ¡Qué tristeza sienten los otros porque no fue
para ellos!
Usted no es de aquí, señor Mago, no conoció Tuxtla cuando era una ciudad
pequeña, preciosa, cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora. ¿Mi nombre?
Susana… Susana San Juan, la misma que en los tiempos del aire salía a volar
papalotes, allá, sobre la loma. La misma que sostiene la vida en el bello
andamio de los recuerdos, señor Mago, en este tiempo donde nosotras valemos igual
o menos que antes.
De mi madre ni hablo, porque dicen que estoy mal de la cabeza y la
alucino, pero ignoran que es ella misma quien celebra conmigo cada uno de mis
deseos cumplidos, como la vez que me le aparecí en medio de la sala, montando
un hermoso unicornio. Esa mañana quemamos estoraque sahumando la casa, después
tostamos tortillas en el fogón y bebimos café, mientras nos contábamos locuras.
Señor Mago, las cosas que habrá visto en el camino y allá donde el mar
se precipita… Usted sabe que una es prisionera de las geografías, pero dueña de
la plenitud más grande sobre las pequeñas cosas, iluminando fogones propios y
ajenos, fronteras que en los tiempos del sueño traspasamos, etéreas, lúcidas de
una neurona a otra, mientras los ogros intentan encerrarnos en el cerco fálico
del que se sienten dueños.
Señor Mago, las cosas que habrá visto y oído… Usted sabe lo que es jugarse
el corazón en un arrebato mágico. Yo también soy
Maga, señor, usted disculpará el atrevimiento por llegar volando,
pero sucede que recién estreno estas alas.
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