“Lobito, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-bi-to: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Bi. To.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba en cuatro patas, horizontal, con setenta centímetros de estatura. Era Lobo Feroz cuando llevaba puestas las garras y los colmillos. Era Lobezno en el bosque. Era Licántropo en noches de luna. Pero en mis brazos fue siempre Lobito.
¿Tuvo Lobito un precursor? Naturalmente que sí. En realidad, Lobito no hubiera podido existir para mí si un verano no hubiese amado a otro Canis iniciático.
Dioses y diosas del Olimpo, la prueba número uno es lo que los faunos, los mal informados y sátiros faunos de horribles patas, envidiaron”.
Dicho lo anterior, Caperucita se desnuda ante la mirada atónita de Hércules, quien sujeta de los tres cuellos a Cerbero, el perro infernal que abandonara la custodia del averno por seguir a la caperuza, obnubilado, perdiendo las tres cabezas en el dulce abismo de la infanta.
La misma belleza pubescente que deslumbrara al Lobo Feroz, liberando los instintos más bajos de éste, quien la obligara a comer la carne de la abuela, a desnudarse y a terminar en la cama donde ella, con un juego de palabras, lo excitara hasta el aullido.
Hércules algo sabe del tema, y sabe también que hay amores que matan. Termina por desmayar al Can Cerbero, se coloca la piel de león sobre la cabeza y los hombros, listo para el trabajo número trece. Ella hace lo propio y se pone la caperuza, sin más piel que la propia piel. La prenda cambia de rojo a negro mientras ella le clava la mirada y se acaricia las partes concupiscentes, cimbrando a Hércules. Afligido pide a Zeus no abandonarlo en este trance. Agacha la mirada mientras siente que la fuerza le abandona.
Es Zeus, quien camina sobre la Tierra metamorfoseado en un enorme lobo blanco, mientras que la noche cruje y al bosque le comienzan a crecer dientes.
¿Tuvo Lobito un precursor? Naturalmente que sí. En realidad, Lobito no hubiera podido existir para mí si un verano no hubiese amado a otro Canis iniciático.
Dioses y diosas del Olimpo, la prueba número uno es lo que los faunos, los mal informados y sátiros faunos de horribles patas, envidiaron”.
Dicho lo anterior, Caperucita se desnuda ante la mirada atónita de Hércules, quien sujeta de los tres cuellos a Cerbero, el perro infernal que abandonara la custodia del averno por seguir a la caperuza, obnubilado, perdiendo las tres cabezas en el dulce abismo de la infanta.
La misma belleza pubescente que deslumbrara al Lobo Feroz, liberando los instintos más bajos de éste, quien la obligara a comer la carne de la abuela, a desnudarse y a terminar en la cama donde ella, con un juego de palabras, lo excitara hasta el aullido.
Hércules algo sabe del tema, y sabe también que hay amores que matan. Termina por desmayar al Can Cerbero, se coloca la piel de león sobre la cabeza y los hombros, listo para el trabajo número trece. Ella hace lo propio y se pone la caperuza, sin más piel que la propia piel. La prenda cambia de rojo a negro mientras ella le clava la mirada y se acaricia las partes concupiscentes, cimbrando a Hércules. Afligido pide a Zeus no abandonarlo en este trance. Agacha la mirada mientras siente que la fuerza le abandona.
Es Zeus, quien camina sobre la Tierra metamorfoseado en un enorme lobo blanco, mientras que la noche cruje y al bosque le comienzan a crecer dientes.
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*Palimpsestos apócrifos (escritos que conservan huellas de un manuscrito anterior: hipertextualización impune e irresponsable) ejercicios de estilo que son responsabilidad mía de principio a fin, incluidos los pecados. Gracias.
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