El cuadrilátero de la muerte estará lleno de sorpresas. El pancracio nunca dejará de asombrarnos, con independencia de si usas máscara, luces cabellera cavernícola, o sedosa y colorida mata exótica. En cada circunstancia, sí importará la facha que llevemos puesta. En mi caso bastará con un simple bofetón que dejará mi rostro cubierto de sangre, y hará que se me pegue la máscara a la piel llagada, sin poder desprenderse de mi sanguinolento rostro. En un santiamén quedará la impostura del personaje que en ese momento estrenaré... lo que me distinguirá durante las tres caídas hasta mi escape del infierno.
Mi primer enemigo será Iván el Terrible, que contará en su haber con la conquista de pueblos enteros, sin dejar uno solo vivo, víctimas que gritarán su nombre desde la penumbra. Venceré al maldito psicópata con una palanca al brazo, que le arrancaré y ensartaré en la garganta, derribándolo con la más pesada e infernal imprenta de la que se tenga memoria.
El segundo será anunciado como “el azote de Dios”. Dicho lo anterior por el vocero del averno, se incendiará de feroz manera el exterior del cuadrilátero. De las llamas emergerá Atila, entre gritos y ayes de legítimo sufrimiento. No esperará los infernales protocolos, lanzándose sobre mis genitales, que intentará arrancar a mordidas con su temible dentadura igual a la del rabioso can Cerbero. Lo eliminaré cruzando el brazo sobre su cuello, en un candado mortal, y meteré una pluma del ala de un ángel en su boca.
El tercero será diabólicamente engañoso, y gozará de multitudinario desprecio. “¡Genghiiiisss Khaaannnn!” gritará el agorero del diablo. Más de sesenta millones de almas escupirán su nombre, aventarán desperdicios sobre el pancracio donde él, imperturbable, me atacará con el mongólico filo de su mirada. Esquivaré las dagas extirpando sus ojos desde la raíz. Saldré con varios dedos cercenados, aunque vencedor.
¿Mi nombre? No importa, alcanzaré de nuevo el estadio de la vida, y me arrepentiré amargamente de tal osadía, porque después hasta la muerte se olvidará de mí.
Mi primer enemigo será Iván el Terrible, que contará en su haber con la conquista de pueblos enteros, sin dejar uno solo vivo, víctimas que gritarán su nombre desde la penumbra. Venceré al maldito psicópata con una palanca al brazo, que le arrancaré y ensartaré en la garganta, derribándolo con la más pesada e infernal imprenta de la que se tenga memoria.
El segundo será anunciado como “el azote de Dios”. Dicho lo anterior por el vocero del averno, se incendiará de feroz manera el exterior del cuadrilátero. De las llamas emergerá Atila, entre gritos y ayes de legítimo sufrimiento. No esperará los infernales protocolos, lanzándose sobre mis genitales, que intentará arrancar a mordidas con su temible dentadura igual a la del rabioso can Cerbero. Lo eliminaré cruzando el brazo sobre su cuello, en un candado mortal, y meteré una pluma del ala de un ángel en su boca.
El tercero será diabólicamente engañoso, y gozará de multitudinario desprecio. “¡Genghiiiisss Khaaannnn!” gritará el agorero del diablo. Más de sesenta millones de almas escupirán su nombre, aventarán desperdicios sobre el pancracio donde él, imperturbable, me atacará con el mongólico filo de su mirada. Esquivaré las dagas extirpando sus ojos desde la raíz. Saldré con varios dedos cercenados, aunque vencedor.
¿Mi nombre? No importa, alcanzaré de nuevo el estadio de la vida, y me arrepentiré amargamente de tal osadía, porque después hasta la muerte se olvidará de mí.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario