lunes, 9 de julio de 2018

Deseos / Palimpsestos apócrifos


Cuando al despertarse Hyde levantaba la cabeza del saco de pieles, su primer pensamiento era para el montón de carne puesta a podrir cerca de la lámpara mágica, para que se hiciera tierna y gustosa. Pero no aquel día.

Aquel día (mientras cambia el anillo mágico del pulgar izquierdo al derecho), viendo a la hermosa princesa en un rinconcito del pequeño iglú dispuesta a planchar las ropas de su marido, tomó una súbita decisión antes de satisfacer las exigencias de su estómago: puesto que contribuía más de lo que era su deber al mantenimiento del cálido refugio, bien podía pretender participar también de los derechos conyugales de Jekyll, sin necesidad de pedirle permiso.

Aladino, en compañía de los genios en destierro, traza a escasos metros de distancia, la estrategia para recuperar las piezas mágicas y rescatar a la bella princesa, en poder del doctor Jekyll y el señor Hyde. Los genios, impedidos de poderes al estar afuera de sus respectivos artefactos, habían batallado con el peso de la mortalidad desde el largo y tortuoso camino hacia el Polo Norte, hasta el despiadado frío ártico que les mordía la piel, sin misericordia.

Sin decirlo, el genio de la lámpara deseaba con todas sus ansias el calor del caribe; el genio del anillo té caliente y una bella amazona de ardorosa piel; míster Hyde un palacio con todas las princesas jóvenes del mundo; el doctor Jekyll una vida sin sobresaltos, lejos del señor Hyde; y Aladino, ser el genio de la lámpara y cumplirse cualquier deseo, sin límite.

Los cuatro ilusos ignoran que la bella princesa ha descubierto el mágico poder que ejerce una botella de whisky, una escopeta de doble cañón y la danza del ombligo en un robusto inuit, quien, oculto dentro del cuerpo recién abierto de una foca, espera cerca del iglú el inicio de la aurora boreal, para desaparecer el cuerpo de los extranjeros bajo la nieve. 

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