“¡Viva Rosita espinoza!”
El grito se vino rebotando por los muros del callejón y bajó hasta donde estaban ellos. Luego se materializó en forma de una mujer de hermosa y larga cabellera negra. Por un rato, el viento que soplaba desde el cerro Mactumatzá les trajo una algarabía de voces amontonadas, haciendo un ruido igual al que hace el agua crecida cuando rueda sobre el Sabinal. En seguida, saliendo de allá mismo, otro grito torció por el atrio de la plazuela, volvió a rebotar en los muros y llegó todavía con más fuerza hasta ellos:
“¡Viva el Coloso de Rodas!”
Se miraron unos a otros, luego vieron a Jacobo, que movía errático los ojos bajo los párpados apretados. Tenía el cuerpo tenso, aunque nada fuera de lo normal en un hombre que tiene la dicha de dormir a sus horas, y soñar en abundancia, aun con una piedra como almohada. Los otros, insomnes, vieron materializarse frente a ellos la descomunal figura del Coloso, invocado por aquel tumulto de voces que parecía no detenerse:
“¡Viva José el Soñador!”
Se escuchó en medio de una cascada de murmullos, apareciendo José a duras penas, igual a un fantasma al que le ha sido negada la bondad de la carne. Los otros, aturdidos por las prolongadas noches y los prolongados días en vigilia, miraban a Jacobo que soñaba y al fantasma despierto de José, sin entender a cabalidad la circunstancia, la mala pasada de la falta de sueño.
Rosita espinoza se abalanzó sobre el fantasma de José, en un intento por abrazarlo, yéndose de bruces en el temerario intento de caminar después de haber vuelto de un sueño centenario. La misma suerte corrió el Coloso de Rodas, quien junto con la bella durmiente y el fantasma de José, terminaron por desvanecerse en el aire tuxtleco, al mismo tiempo que Jacobo era molido a golpes por la despiadada furia del insomnio.
El grito se vino rebotando por los muros del callejón y bajó hasta donde estaban ellos. Luego se materializó en forma de una mujer de hermosa y larga cabellera negra. Por un rato, el viento que soplaba desde el cerro Mactumatzá les trajo una algarabía de voces amontonadas, haciendo un ruido igual al que hace el agua crecida cuando rueda sobre el Sabinal. En seguida, saliendo de allá mismo, otro grito torció por el atrio de la plazuela, volvió a rebotar en los muros y llegó todavía con más fuerza hasta ellos:
“¡Viva el Coloso de Rodas!”
Se miraron unos a otros, luego vieron a Jacobo, que movía errático los ojos bajo los párpados apretados. Tenía el cuerpo tenso, aunque nada fuera de lo normal en un hombre que tiene la dicha de dormir a sus horas, y soñar en abundancia, aun con una piedra como almohada. Los otros, insomnes, vieron materializarse frente a ellos la descomunal figura del Coloso, invocado por aquel tumulto de voces que parecía no detenerse:
“¡Viva José el Soñador!”
Se escuchó en medio de una cascada de murmullos, apareciendo José a duras penas, igual a un fantasma al que le ha sido negada la bondad de la carne. Los otros, aturdidos por las prolongadas noches y los prolongados días en vigilia, miraban a Jacobo que soñaba y al fantasma despierto de José, sin entender a cabalidad la circunstancia, la mala pasada de la falta de sueño.
Rosita espinoza se abalanzó sobre el fantasma de José, en un intento por abrazarlo, yéndose de bruces en el temerario intento de caminar después de haber vuelto de un sueño centenario. La misma suerte corrió el Coloso de Rodas, quien junto con la bella durmiente y el fantasma de José, terminaron por desvanecerse en el aire tuxtleco, al mismo tiempo que Jacobo era molido a golpes por la despiadada furia del insomnio.
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