Yo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolable Edipo Reyes, que
sacrificó a la Esfinge para llevar a un obrero hasta la séptima línea, frente
al alfil y el caballo de la tecnocracia.
Hablo desde mis pocas palabras, desde mi oscuridad, desde mi base negra. Me tentó el jurisconsulto en la hora tórrida, cuando tuve por lo menos asegurado el equilibrio. Soñé la coronación del humanismo y caí en un error de principiante, en un doble jaque elemental...
… “elemental, querido Edipo”, me lo advirtió el Zorro, incluso antes de ver a la Esfinge atrapada en el encanto del tupperware y su embriagador sonido al destaparse, cordón umbilical del acostumbrado hogar. Desayuno matutino necesario para rumiar los restos del día anterior, las intrigas y las calumnias sobre otras y otros, portadores de misterios y criptogramas para el día por comenzar.
“En la oficina le debes decir ‘Esfi’, así, en diminutivo. Si le dices su nombre de pila, te maltratará”. ¡Cuánta razón tenía el Zorro! Fui un necio. Quise saber sobre el nuevo enigma para traspasar la ciudad amurallada, y no se dignó ni a verme. Me entregó una tarjeta informativa, que se sumó a otras más, plagadas de errores ortográficos (hayer, deceo, intinerario) y muletillas (sirva la presente, con base en, por este conducto, gire instrucciones a), y me enteraba sobre las novedades sucedidas en mis dominios, donde otrora las personas valían más que los papeles.
“No basta con saber la respuesta del enigma para cruzar la ciudad amurallada”, me dijo el Zorro. ¿Qué más se necesita para cumplir el destino mitológico?, pregunté. Entonces el Zorro me dio la lista de los requisitos: copias de… certificados de… constancias de… firmas de… sellos de…
… la Esfinge, por último, me maltrató con un correo electrónico incendiario, luego de la charla sostenida fuera de la fortaleza. Me amenazaba (no solo con su mala ortografía y sus lugares comunes) con instigar a las bases de la Partida Sindical de la Burocracia Dorada (Pa.Sin.Bu.Do.), para cerrar la carta con la firma indiscutida y hasta necesaria, de los legionarios de la burocracia refulgente:
“Saludos cordiales”.
Hablo desde mis pocas palabras, desde mi oscuridad, desde mi base negra. Me tentó el jurisconsulto en la hora tórrida, cuando tuve por lo menos asegurado el equilibrio. Soñé la coronación del humanismo y caí en un error de principiante, en un doble jaque elemental...
… “elemental, querido Edipo”, me lo advirtió el Zorro, incluso antes de ver a la Esfinge atrapada en el encanto del tupperware y su embriagador sonido al destaparse, cordón umbilical del acostumbrado hogar. Desayuno matutino necesario para rumiar los restos del día anterior, las intrigas y las calumnias sobre otras y otros, portadores de misterios y criptogramas para el día por comenzar.
“En la oficina le debes decir ‘Esfi’, así, en diminutivo. Si le dices su nombre de pila, te maltratará”. ¡Cuánta razón tenía el Zorro! Fui un necio. Quise saber sobre el nuevo enigma para traspasar la ciudad amurallada, y no se dignó ni a verme. Me entregó una tarjeta informativa, que se sumó a otras más, plagadas de errores ortográficos (hayer, deceo, intinerario) y muletillas (sirva la presente, con base en, por este conducto, gire instrucciones a), y me enteraba sobre las novedades sucedidas en mis dominios, donde otrora las personas valían más que los papeles.
“No basta con saber la respuesta del enigma para cruzar la ciudad amurallada”, me dijo el Zorro. ¿Qué más se necesita para cumplir el destino mitológico?, pregunté. Entonces el Zorro me dio la lista de los requisitos: copias de… certificados de… constancias de… firmas de… sellos de…
… la Esfinge, por último, me maltrató con un correo electrónico incendiario, luego de la charla sostenida fuera de la fortaleza. Me amenazaba (no solo con su mala ortografía y sus lugares comunes) con instigar a las bases de la Partida Sindical de la Burocracia Dorada (Pa.Sin.Bu.Do.), para cerrar la carta con la firma indiscutida y hasta necesaria, de los legionarios de la burocracia refulgente:
“Saludos cordiales”.
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