jueves, 5 de julio de 2018

Circular / Palimpsestos apócrifos*



Cuéntame, Sherezada, la historia del hombre de nulos senderos, que estuvo arraigado mucho después de la Tierra sagrada observar; vio muchas calles, plazuelas y ríos de personas diversas y conoció su talante, y dolores sufrió pétreo, sobre su asteroide tratando de asegurar el bienestar de ellos. El pequeño Príncipe consiguió salvarlos por su propia voluntad, ayudado por un pájaro flamígero, y en tal punto acabó para ambos el día del retorno. Reina consorte, cuéntanos algún pasaje de estos sucesos.

Sherezada se acomodó sobre los coloridos mantos y el humo del copal se apoderó del aire. Afuera el tañido de los tambores resonaba con voz profunda, mientras los sirvientes reponían los manjares frente al príncipe azteca. La reina encendió la pantalla del pandero sobre su pecho, e ingresó la letra B y los números seis uno y dos. Un rayo de luz salió disparado de los ojos turquesa de Sherezada, proyectando al centro del recinto el holograma del pequeño príncipe áureo y el ave de fuego.

Los presentes arrojaron caracoles sobre la tierra roja y negra, apretaron los ojos y murmuraron palabras de angustia. El príncipe no perdió detalle del pequeño asteroide, apenas más grande que el tzompantli, flotando en la noche cósmica y sobre éste el ave de fuego, y bajo éste la breve estampa del breve príncipe de oro. El monarca azteca se extravió en los ojos iridiscentes del ajeno navegante y atestiguó la caída del imperio, avasallado por cometas de fuego y por espejos devorando sus rostros.

Sherezada apagó los ojos y el corazón, abatida. El soberano azteca también estaba triste, la noche se adivinaba eterna y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. Los tambores siguieron retumbando con voz grave, al amparo del fuego. Los granos del maíz comenzaron su largo peregrinar hacia los cuatro rumbos del universo, mientras que un instante acústico revelaba la eclosión de una flor sobre el árido planetoide, en medio del espacio infinito. 

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